La paloma bravía fue domesticada por el hombre hace miles de años, dando lugar a la aparición de la paloma doméstica (Columba livia domestica). En la actualidad existen numerosas razas y variedades de éstas, en diversos tamaños, colores y formas.
El arte y la ciencia de cultivar palomas domésticas se conoce con el nombre de colombicultura. El simple afecto por las palomas en general, se denomina "colombofilia".
Algunas palomas domésticas han optado por llevar una vida semisalvaje en las distintas ciudades que habitan, donde llegan a causar una larga serie de daños y molestias, al tiempo que representran un problema para la conservación de la salud pública.
En la antigüedad, algunas razas de palomas domésticas (cuya identidad se ignora) fueron usadas ocasionalmente como mensajeras. Los romanos las utilizaron durante el sitio de Mutina. Los musulmanes en la época de las Cruzadas (para comunicar los movimientos de los ejércitos cristianos.) Los holandeses contra los españoles (cuando abrieron las compuertas de sus diques para ahogar a las tropas de sus ocasionales enemigos.)
Algunas palomas domésticas llegaron a ser utilizadas en Europa, esta vez en el ámbito del comercio y también como transportadoras de mensajes, pero en forma regular, práctica que alcanzó a llegar hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando cayó en desuso ante la aparición de nuevos, más rápidos y confiables medios de comunicación a distancia, empezando por el telégrafo óptico o semafórico de los hermanos Chappe (Fr.), que desde París se extendió hasta Bruselas primero, y luego hasta Amsterdam.
Palomas asilvestradas, alimentadas por los ciudadanos, en la Plaza de Cataluña de Barcelona, España.
Una de sus muchas razas, la paloma de carrera, creada especialmente por los aficionados belgas en los alrededores de 1850 para correr carreras, desempeñó un importante papel fungiendo como mensajera en diferentes conflictos bélicos, como fueron, entre otros, la Guerra franco-prusiana de 1870-71; la Primera y Segunda Guerra Mundial, la de Corea, Vietnam, etcétera, y muchos de los ejemplares intervinientes resultaron distinguidos con medallas militares por sus extraordinarias prestaciones, que permitieron salvar innumerables vidas.
Las razas de palomas domésticas que por sus formas, colores o habilidades (como es el caso de las acróbatas), son denominadas respectivamente "de mesa, exhibición, lujo o fantasía", cuentan con una enome variedad de asombrosos representantes, como las dragonas, carriers, bagadais, gallinas, mundanas, carneau, buchonas, colipavas, capuchinas, moñudas, turbitas, golondrinas, rizadas, tambores, etcétera, etcétera. Por ser tan excéntricas, Darwin las llamaba "monstruos creados por el hombre" (que aprovechó principalmente la aparición de determinadas mutaciones genéticas.)
sábado, 21 de diciembre de 2013
domingo, 8 de diciembre de 2013
Loica
La loica, lloica o milico (Sturnella loyca) es un ave passeriforme de la familia Icteridae. Se identifica por su gran mancha roja en su pecho.
Lo que más caracteriza a esta aves es su mancha roja en su pecho, garganta y cara. La mayoría de su parte trasera es de un color negruzco y café. Posee una cola corta, patas grises, y pico grisáceo. En su cabeza tiene una especie de banda blanquecina.
Su trinar es poco variado, y agradable. Vive en comunidades y en invierno es fácil distinguirla volando en bandadas. Gusta de terrenos bajos y húmedos buscando su alimento tanto en el suelo como en los arbustos, el cual se compone de semillas, frutas y crustáceos.
La Loica se encuentra en buena parte del territorio Chile, de Atacama a Región de Magallanes y de la Antártica ChilenaMagallanes y en la República Argentina.Principalmente se encuentra en pastizales y praderas.
El nido es grande, suelto y formado por pasto seco bien unido y colocado en el suelo muy bien escondido entre pasto alto. Muy cuidado por la hembra, ésta nunca llega directamente al nido, sino que baja cerca de él y camina agachada hasta éste. Al salir, lo hace de igual forma, como una manera de que nadie se entere en donde está.
Resulta que una vez, hace muchos, pero muchos años, andaba por unos potreros un Hombre, morral al hombro y escopeta lista, viendo si veía algún pájaro para hacerle la puntería. Y en esto se encontró con una Lloica, muy distraída en una rama de un roble, cantando una tonada que recién había aprendido. Verla el Hombre, hacer puntería y disparar fue todo uno.
Pero resultó que la escopeta estaba mal cargada y el tiro reventó, hiriendo en la cara al Hombre, en tal forma, que quedó medio ciego, dando grandes gritos de dolor y auxilio.
Por los contornos no pasaba un alma.
La Lloica, mientras tanto, había volado a un árbol lejano, y desde allí, muy asustada por el peligro que acababa de correr, miraba al pobre Hombre bañado en sangre y quejumbroso.
--Socorro... Socorro... Me he quedado ciego... Auxilio...
Y sus gritos se perdían por las quebradas inútilmente.
Poco a poco el Hombre dejó de gritar. Daba ahora ayes y suspiros y al fin pareció perder el conocimiento y se quedó inmóvil, recostado en el pasto y con la cara mirando al cielo.
La Lloica, mientras tanto, se había ido acercando lentamente, de árbol en árbol, hasta quedar sobre aquel que cobijaba al herido. Desde ahí siguió un rato observándolo. Y cuando se convenció de que estaba como muerto, de un vuelo se dejó caer sobre el pecho del Hombre, escuchando atentamente si el corazón latía aún.
La Lloica era una buena avecilla del bosque, temerosa del Hombre y de su malignidad que se distrae matando. Pero al propio tiempo tenía por el Hombre un gran respeto y admiración: por el hombre que sabe cantar, que sabe silbar, que sabe hablar y. en cuyas manos están el Bien y el Mal de los habitantes de los bosques. Y la Lloica, que nunca había visto abatirse y morir a un Hombre, tuvo una gran compasión por éste que ahí alentaba apenas.
Entonces la Lloica fue hasta el río y trajo unas gotitas de agua, que echó en la boca del Hombre, y fue de nuevo al río y trajo otras gotitas que refrescaron sus heridas, y fue hasta la montaña y trajo hierbas medicinales que fue poniendo sobre las llagas que eran los ojos, y de nuevo trajo agua y de nuevo trajo hierbas, y tanto trabajó la pobre y con tanta inteligencia, que al fin el Hombre dio un suspiro hondo y pareció recobrar el conocimiento.
Entonces la Lloica llamó a la Brisa, que todo lo sabe porque hasta por las rendijas se mete para curiosear, y le preguntó dónde vivía el Hombre. La Brisa dio la dirección y la Lloica se fue de un vuelo hasta la casa que estaba en la colina rodeada de jardines. Ahí llamó al Perro y le dijo:
--Avisa a tus patrones que el Hombre está herido en el potrero, al comienzo de la montaña.
El Perro empezó a ladrar desesperadamente, a correr, a aullar. Hasta que llamó la atención del Hombre Viejo y del Hombre Joven, que salieron detrás de él, encontrando al herido.
Mientras tanto, la Lloica estaba feliz en la rama del roble viendo cómo, con grandes precauciones, se llevaban al Hombre en una improvisada camilla. El Hombre estaba salvado...
Pero resulta que entonces oyó a la señora Cachaña que le decía:
--¡Qué linda pechera roja tiene usted, comadre Lloica! ¿Dónde la ha comprado?
La Lloica se dio cuenta de que la sangre del Hombre le había manchado toda la pechuga.
Y la señora del Jote --que ni siquiera tiene nombre, y que estaba por allí cerca-- se dirigió a la Lloica en forma insidiosa y llena de envidia.
Pero resulta que aquel día San Pedro había bajado a la Tierra a tomar un poquito de fresco a la sombra de unos hualles y había visto todo lo pasado. Entonces se acercó a las aves y les dijo:
--Atestiguo que la Lloica tiene el pecho manchado por obra de una buena acción. Y en premio de ella, con la venia del Padre que está en los cielos, desde hoy en adelante tendrá sobre su noble pecho un escudo escarlata.
Y ya saben ustedes por qué la Lloica tiene esas plumillas rojas que le hacen tanta gracia.
Lo que más caracteriza a esta aves es su mancha roja en su pecho, garganta y cara. La mayoría de su parte trasera es de un color negruzco y café. Posee una cola corta, patas grises, y pico grisáceo. En su cabeza tiene una especie de banda blanquecina.
Su trinar es poco variado, y agradable. Vive en comunidades y en invierno es fácil distinguirla volando en bandadas. Gusta de terrenos bajos y húmedos buscando su alimento tanto en el suelo como en los arbustos, el cual se compone de semillas, frutas y crustáceos.
La Loica se encuentra en buena parte del territorio Chile, de Atacama a Región de Magallanes y de la Antártica ChilenaMagallanes y en la República Argentina.Principalmente se encuentra en pastizales y praderas.
El nido es grande, suelto y formado por pasto seco bien unido y colocado en el suelo muy bien escondido entre pasto alto. Muy cuidado por la hembra, ésta nunca llega directamente al nido, sino que baja cerca de él y camina agachada hasta éste. Al salir, lo hace de igual forma, como una manera de que nadie se entere en donde está.
Resulta que una vez, hace muchos, pero muchos años, andaba por unos potreros un Hombre, morral al hombro y escopeta lista, viendo si veía algún pájaro para hacerle la puntería. Y en esto se encontró con una Lloica, muy distraída en una rama de un roble, cantando una tonada que recién había aprendido. Verla el Hombre, hacer puntería y disparar fue todo uno.
Pero resultó que la escopeta estaba mal cargada y el tiro reventó, hiriendo en la cara al Hombre, en tal forma, que quedó medio ciego, dando grandes gritos de dolor y auxilio.
Por los contornos no pasaba un alma.
La Lloica, mientras tanto, había volado a un árbol lejano, y desde allí, muy asustada por el peligro que acababa de correr, miraba al pobre Hombre bañado en sangre y quejumbroso.
--Socorro... Socorro... Me he quedado ciego... Auxilio...
Y sus gritos se perdían por las quebradas inútilmente.
Poco a poco el Hombre dejó de gritar. Daba ahora ayes y suspiros y al fin pareció perder el conocimiento y se quedó inmóvil, recostado en el pasto y con la cara mirando al cielo.
La Lloica, mientras tanto, se había ido acercando lentamente, de árbol en árbol, hasta quedar sobre aquel que cobijaba al herido. Desde ahí siguió un rato observándolo. Y cuando se convenció de que estaba como muerto, de un vuelo se dejó caer sobre el pecho del Hombre, escuchando atentamente si el corazón latía aún.
La Lloica era una buena avecilla del bosque, temerosa del Hombre y de su malignidad que se distrae matando. Pero al propio tiempo tenía por el Hombre un gran respeto y admiración: por el hombre que sabe cantar, que sabe silbar, que sabe hablar y. en cuyas manos están el Bien y el Mal de los habitantes de los bosques. Y la Lloica, que nunca había visto abatirse y morir a un Hombre, tuvo una gran compasión por éste que ahí alentaba apenas.
Entonces la Lloica fue hasta el río y trajo unas gotitas de agua, que echó en la boca del Hombre, y fue de nuevo al río y trajo otras gotitas que refrescaron sus heridas, y fue hasta la montaña y trajo hierbas medicinales que fue poniendo sobre las llagas que eran los ojos, y de nuevo trajo agua y de nuevo trajo hierbas, y tanto trabajó la pobre y con tanta inteligencia, que al fin el Hombre dio un suspiro hondo y pareció recobrar el conocimiento.
Entonces la Lloica llamó a la Brisa, que todo lo sabe porque hasta por las rendijas se mete para curiosear, y le preguntó dónde vivía el Hombre. La Brisa dio la dirección y la Lloica se fue de un vuelo hasta la casa que estaba en la colina rodeada de jardines. Ahí llamó al Perro y le dijo:
--Avisa a tus patrones que el Hombre está herido en el potrero, al comienzo de la montaña.
El Perro empezó a ladrar desesperadamente, a correr, a aullar. Hasta que llamó la atención del Hombre Viejo y del Hombre Joven, que salieron detrás de él, encontrando al herido.
Mientras tanto, la Lloica estaba feliz en la rama del roble viendo cómo, con grandes precauciones, se llevaban al Hombre en una improvisada camilla. El Hombre estaba salvado...
Pero resulta que entonces oyó a la señora Cachaña que le decía:
--¡Qué linda pechera roja tiene usted, comadre Lloica! ¿Dónde la ha comprado?
La Lloica se dio cuenta de que la sangre del Hombre le había manchado toda la pechuga.
Y la señora del Jote --que ni siquiera tiene nombre, y que estaba por allí cerca-- se dirigió a la Lloica en forma insidiosa y llena de envidia.
Pero resulta que aquel día San Pedro había bajado a la Tierra a tomar un poquito de fresco a la sombra de unos hualles y había visto todo lo pasado. Entonces se acercó a las aves y les dijo:
--Atestiguo que la Lloica tiene el pecho manchado por obra de una buena acción. Y en premio de ella, con la venia del Padre que está en los cielos, desde hoy en adelante tendrá sobre su noble pecho un escudo escarlata.
Y ya saben ustedes por qué la Lloica tiene esas plumillas rojas que le hacen tanta gracia.
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